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Ese día estaba muy cachonda, toda mojada entre las piernas. Así que te ofrecí, cosa que casi nunca ofrezco a mis sumisos, que me lamieras el coño y me hicieras correrme con tu lengua. Sin embargo, conocías la condición: si fallabas, me sentiría muy decepcionado, y como compensación aceptarías una sesión de azotes.
Señora Artemisa
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