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Ese día me pidió que me quitara las bragas, me arremangara la falda y me inclinara sobre una mesa en la pared de su estudio. Ya estaba muy cachonda cuando el sumiso tocó el timbre. Mi amiga le hizo pasar. Pagó su tributo. Y sin que yo lo viera, le hizo arrodillarse detrás de mí. Sentí su boca en mis labios, sus fosas nasales respirando mi culo, y su lengua encontró por fin mi clítoris. Tenía tantas ganas que no tardó en hacerme correr. Mi amiga, la señora Artemisa, le dio las gracias y le condujo, sin duda lleno de deseo, hasta la puerta. Mientras aún sentía mi coño babeante, le conté a mi amiga lo sorprendida que estaba de que un hombre estuviera dispuesto a pagar un tributo sólo para hacerme correr con su lengua. Mi amiga se rió y me explicó que algunos de sus sumisos disfrutaban mucho con este tipo de humillación.
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Soy un come coños.