2- UNA AYUDA MUY NECESARIA
Habían pasado nueve días desde mi presentación a Señora Artemisa y unido a los 11 días que voluntariamente había guardado de castidad antes de nuestra primera cita, para no parecerle un cerdo pajillero, me tenía excitado a cada momento. Me pasaba el día pensando en ella, entrando en su pagina y en sus blogs para admirarla. Mi régimen de castidad palabra de honor se me hacía insoportable, pero por nada del mundo podía decepcionarla y perder la oportunidad que me brindaba. Iba de erección en erección y tenía que recurrir a la desagradable ducha fría. Decidí enviarla un mensaje al WhatsApp que decía: "Estimada Señora Artemisa: Me paso el día pensando en usted y ya no puedo soportar mi régimen de castidad. Le ruego me conceda dos horas de sesión.Necesito servirla lo antes posible y quería rogarla por mi primer plug". Tardó tres horas insoportables en responderme: "Buenos días. Todavía estás en periodo de adiestramiento, no de sesionar. Te concedo audiencia para continuar con tu adiestramiento. Te espero mañana a las 4 de la tarde en mi estudio. Gracias"
Y por fin llegaron las cuatro de la tarde.Toque el timbre de la puerta y después de esperar unos interminables minutos con un ramo de rosas rojas que había comprado en una floristería cercana, volví a tocar. Estaba ansioso por devorar sus pies, por meter mi lengua entre sus deditos, por lamer sus plantas y sus talones, por violarlos con mi boca. Cuando ya, preocupado, me disponía a llamar por tercera vez, escuche unos pasos que se acercaban a la puerta. Mi corazón empezó a latirme con violencia. Después del control de la mirilla la puerta se abrió y entré mirando al suelo y poniéndome de rodillas. Ante mi había unas botas negras de tacón imposible de 15 cm como minimo. Ya las había visto en fotos y me había masturbado mirándolas. Empecé a besarlas con total entrega a la vez que decía "gracias, Señora"
- Es suficiente. Desnudate y deja aquí la ropa y pasa a asearte al baño. Cuando termines te pones de rodillas de cara a la pared hasta que yo llegue.
Me duche rápidamente y el calor del agua sólo hizo aumentar mi excitación. Me sequé y me vi en el espejo una erección a punto de explotar. Estaba al borde del pecado cuando escuche los tacones de la Señora Artemisa que se acercaban y me puse rápidamente de rodillas de cara a la pared. Abrio la puerta del baño y dijo:
- Acompáñeme, por favor.
La seguí hasta su adorable mazmorra y ella se sentó en su trono. Llevaba unos pantalones de cuero muy ajustado y un corsé negro que dificilmente podía contener sus generosos pechos ¡Dios mío! Era impactante. Estaba radiante como el sol. Me postré con premura y comencé a besarle las botas hasta que dijo:
- Es suficiente - y me pregunto: ¿Esas rosas son para mi?
- Sí, Señora - dije con satisfacción.
- Gracias - respondió ella ¿y qué es lo que te pasa, que tenías tanta necesidad de verme?
- Estoy muy excitado, Señora. Estoy siempre pensando en Usted y ya no aguanto más este régimen de castidad.
- ¿Crees que con un dispositivo lo llevarías mejor? -preguntó ella.
Yo no había ido allí para que me pusiera un dispositivo de castidad, yo quería vaciar mis hinchadas pelotas sobre sus deliciosos pies, pero no me atreví a decir que no.
- "Sí, Señora" - respondí.
No tuve el coraje ni la fuerza para decir otra cosa. El deseo me consumía y su poder me empequeñecía. Entonces me hizo levantarme con la mirada fija en el suelo.
- Las erecciones están prohibidas sin mi permiso -dijo dandome un pequeño cachete. Y esa mata de pelo en tus genitales es horrible. Después del castigo tendré que rasaurarte un poco para poder instalarte el dispositivo.
- Sí, Señora. Lo siento -respondí.
Me condujo al potro donde ató mis manos y comenzó a azotarme con la fusta. Los dos o tres primeros fustazos los aguante como un machote, incluso me gustaron, pero a partir del décimo empecé a chillar, lo que la obligo a ponerme una mordaza en la boca. Cuando llegó al número 20 yo tenía lágrimas en los ojos y de mi erección no quedaba nada.
Me soltó y me hizo sentarme en una mesa con las piernas separadas y con una maquina como la que yo usaba cuando tenía barba, me rebajo completamente mi hermosa mata de pelo. Luego me puso gel de afeitar y con cuidado me fue rasurando, hasta dejarme completamente limpio y suave. Decía que tenía que rasurarme un poco, pero me había dejado completamente rasurado. No me lo podía creer. Ya iba a protestar porque siempre hacía lo que le daba la gana cuando dijo:
- Al final he preferido rasurarte totalmente porque es mucho más cómodo para ti y así tendrás que mantenerlo mientras yo te diga. Sería mucho mejor con cera, pero de momento puede valer.
Luego me hizo ponerme a cuatro patas e hizo lo mismo con los pocos pelos que me crecen en el trasero. Tomo un bote de crema y me hidrató palpando con descaro mis intimidades que ya se habían olvidado de la fusta. Entonces me hizo poner de pie y tirando de mi ercción me dijo:
- Vamos a la ducha, diablillo
Notar como tiraba de mi mientras la seguia a la ducha fue una experiencia única. Lo más excitante del mundo. Una Señora espectacular tirando de mi miembro hasta el baño. Si el baño hubiera estado unos metros más lejos, creo que habría eyaculado de gusto. Me metió en la ducha, abrió el grifo y me pidio que me lavara en su presencia. Ella tenía el grifo en sus manos y era muy agradable notar el chorro cuando lo dirijía a mis genitales. Estaba gozando como un loco y ya no me importaba que me hubiera rasurado totalmente. De repente abrío el grifo de agua fría. Yo grité de impresión y ella se partió de risa. El agua estaba helada y así me tuvo, dirigiendo el chorro de agua sobre mi cuerpo, a su antojo, por lo menos 10 minutos. Yo estaba tiritando de frío. Luego cerró el grifo y dijo:
- Creeme que es la forma menos dolorosa de bajar una erección no deseada.
Me sequé y la seguí de rodillas hasta el gabinete. Me hizo sentar en una silla de tortura. Al atar mis manos y mis pies para inmovilizarme, pensé que se le iban a escapar sus divinos pechos del corsé, lo que me excitó de nuevo. Estaba buenísima ¡Qué Dama! La ducha no había servido para nada.
La Señora Artemisa se acercó a mi y acaricio con su mano enguantada mi erección mientras con la otra me acariciaba el ano. Gemí de gusto y de mi miembro brotaron dos gotas de preseminal. Las recogió con el dedo índice enguantado y me lo acercó a la boca. Yo lo limpié con desesperación sin esperar su orden.
- Voy a tener mucho trabajo con tu adiestramiento - exclamó.
Luego salió del calabozo y al regresar traiía una bandeja de plata sobre la que había dos bolsas de guisantes congelados. Empezó a frotar mi erección con una de las bolsas, como si me masturbara. Yo empecé a gemir como un loco y ella se reía a carcajadas. Me sentía enormenete humillado. Luego dejó las dos bolsas encima de mi miembro viril y se fue dejándome sólo con mi excitación. Al rato, noté que mi erección bajaba y que el dolor empezaba a ser insoportable. Cuando la Señora Artemisa volvió y apartó las bolsas, pude ver que mi virilidad era un minúsculo cacahuete. Cojió el dispositivo de castidad de metacrilato transparente y me lo instaló con premura y destreza. Luego dijo:
- Buen chico. Te sienta muy bien y te va ayudar mucho. Ya verás.
- Sí, Señora. Muchas gracias -respondí asustado.
Soltó mis ataduras y me dijo:
- Ahora puedes lamer mis botas, que lo estás deseando ¿no?
- Gracias, Señora - respondí postrándome de rodillas.
No había disfrutado ni diez minutos de mi premio cuando se levantó y dijo:
- Te importa que terminemos 15 minutos antes, es que he quedado con unas amigas y como he tenido que hacerte un hueco precipitadamente
Estoy encantado de haberla conocido. Gracias Señora Artemisa