Al principio de nuestro encuentro, cuando le pedia que lamiera su propio esperma, que acababa de derramar en el suelo delante de mí, se negaba a hacerlo, tan asqueado estaba por ello. Me burlaba, pero nunca le obligué a hacerlo.
Sin embargo, decidí encargarme de su educación. Ahora viene a nuestra casta sesión con arcadas durante días. Cuando le hago el honor de pedirle que se masturbe delante de mí, lo hace de tal manera que me regala un magnífico orgasmo arruinado. Sólo tengo que pedirle que termine su tarea limpiando con la lengua el suelo que acaba de manchar con su esperma.
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Un orgasmo autoarruinado y luego a demostrar el nivel de obediencia.