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"Escucho el restallido de un látigo.
E inmediatamente después siento su picadura en mi nalga derecha.
Estoy desnudo, de rodillas, con las bragas de Dómina Artemisa en mi cara y con una capucha suave en mi cabeza para evitar que se muevan. La capucha me impide ver.
Exhalo un grito contenido que aun así vacía mis pulmones. Es más por la sorpresa que por el dolor. Inhalo profundamente para recuperar el aire expulsado y el aroma íntimo de mi Señora entra en mi cabeza, llegando hasta la última de mis neuronas.
— “¡Cómo puedes presentarte ante mí con una polla tan pequeña!” — dice mientras vuelve a azotarme.
Tras una serie corta de una media docena de azotes, cambia de látigo.
Casi todos los golpes caen mi nalga derecha.
Vuelve a cambiar de herramienta y continúa con su castigo. Esto parece una cinta ancha de cuero.
Con cada impacto el volumen de mis quejidos va aumentando.
— “No quiero oírte” — dice Dómina Artemisa.
Levanta la capucha hasta los ojos, retira sus bragas de mi cara, hace una pelota con ellas y me las introduce en la boca.
— “Así mejor, amordazado”.
Me ordena que me suba a la cama y me ponga en cuatro, con el culo en pompa.
Me agarra el pene y comienza a acariciarlo.
— “Pero mira que es pequeña. Ni se te ocurra correrte. No tienes permiso. La sesión terminará en cuanto te corras. Si lo haces sin permiso, la próxima vez te entregaré a mi macho Alfa”.
Fijadas las reglas, deja de acariciarme y retoma los azotes.
Primero un látigo, luego el otro, después la cinta ancha de cuero.
Con cada cambio de herramienta vuelve a tocarme, llevándome cada vez más cerca de un orgasmo que, a pesar de las ganas que tengo, trato de evitar.
— “¿Así que llevas cuatro días en castidad, perrito?”
Afirmo con la cabeza.
— “Cuatro días son muy pocos”
Es cierto, no son muchos. Pero es en mi cuarto día de encierro cuando mi deseo se dispara a sus cotas más altas. Luego, suele descender rápidamente.
Han sido cuatro días en los que me he masturbado todo lo que he podido, llevándome cada vez hasta el límite del orgasmo, pero sin permitirme terminar.
Me siento a punto de explotar.
Sus caricias me vuelven loco y, sin embargo, dado que no tengo su permiso, hago todo lo que puedo por no correrme.
Prosigue con sus azotes. Va empleando herramientas que no identifico.
Mi nalga derecha me duele mucho, y cada vez me cuesta más mantener la posición.
Los dos últimos golpes hacen que me caiga de bruces en la cama. Me duele mucho, pero me resisto a emplear la palabra de seguridad. No quiero fallarle. No en mi primera sesión. Sé que no está siendo dura conmigo, pero el cansancio acumulado de tres días intensos en Madrid hace que mi resistencia al dolor se desplome.
Cuando me incorporo, me pregunto al oído:
— “Elige, ¿fusta o polla? ¿Fusta?” — y niego enérgicamente con la cabeza.
Siento que se aleja unos pasos y al regresar empieza a lubricarme. MI posición se lo pone fácil.
Enseguida introduce un dedo y me dice:
— “No estás tan cerrado. La próxima vez te entregaré al macho alfa, para que te folle a placer. Y ¿sabes? Haré que eyacule en tu boca. Te lo tendrás que tragar todo. ¿Quieres?”
Y vuelvo a negar con la cabeza por segunda vez, con más ímpetu que la primera.
Me considero estrictamente heterosexual y lo último que me apetece es que otro hombre me posea. Sin embargo, si ése fuera el deseo que la Señora, … lo aceptaría.
Noto que apoya un consolador en mi entrada. No es pequeño. Mi cuerpo se resiste a dejar paso al intruso, pero un poco más de lubricante y un poco más de presión hacen que entre.
Poco a poco me voy relajando y el dolor inicial va dando paso a un placer humillante.
Cuando Dómina Artemisa considera que ya es suficiente, me ordena que me tumbe en la cama con la cabeza en borde.
Retira la capucha que llevo puesta, pero me mantiene amordazado.
Después de tanto tiempo con los ojos cerrados, estoy cegado. Intuyo más que veo cómo Domina Artemisa se levanta la falda y se sienta en mi cara.
Me impide respirar.
Cuando noto que me falta el aire, comienzo a protestar. Y ella aún permanece sentada unos segundos más.
Finalmente se levanta, y cuando estoy todavía a media inhalación, se vuelve a sentar.
Repite el ciclo una y otra vez, haciendo que me sienta totalmente a su merced.
— “Bájete de la cama, túmbate en el suelo”
Justo antes de que pueda cumplir su orden retira sus bragas de mi boca.
Ya tumbado, me ordena que me masturbe.
— “¡Pero mira que la tienes pequeña!” —me vuelve a recordar.
Sitúa sus pies a ambos lados de mi cabeza y comienzo a recibir su lluvia dorada en mi cara, mientras sigo tocándome, cada vez con más brío.
Con las últimas gotas recibo su orden:
— “Córrete. Ahora. La próxima vez te la beberás toda.”
Y derramo sobre mi vientre la leche acumulada de cuatro días.
La sesión terminó con una relajante ducha y una distendida charla en la que descubrimos que tenemos aficiones parecidas y que los dos conocemos a alguna otra persona.
Salí de su templo pensando en comenzar a ahorrar para la próxima sesión en la que espero que esté el macho Alfa y que me obligue a beber su néctar. Así probaría dos cosas nuevas.
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Si tienes el permiso de la Señora, mastúrbate. No, mejor no. Aguanta cuatro días sin correrte. Mastúrbate todo lo que puedas, como un adolescente furioso, llévate hasta el límite del orgasmo, pero lo no cruces. Al final del cuarto día, desnúdate por completo, ponte de rodillas e imagínate derramando tu leche sobre los pies de tu Ama. Después, límpialo todo con la lengua y trágatelo sin dejar ni gota. No, no es obligatorio que te lo tragues, pero ¿quieres formar parte del grupo de los favoritos de Dómina Artemisa?"
La voz de Señora Artemisa : Sabes que la próxima vez te la beberás toda...
Relatos de mis sesiones : https://domina-artemisa.wixsite.com/my-site/blog/categories/relatos
Contactarme : https://domina-artemisa.wixsite.com/my-site/about-3-2
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