Salí corriendo del trabajo y me dirigí a casa. Faltaban 2 horas para nuestro encuentro y debía comenzar mi ritual. Había quedado con la Señora Artemisa un par de días antes y tenía los nervios a flor de piel. Llevaba mucho tiempo sin tener una sesión y casi dos semanas sin correrme debido a mi frenético ritmo de vida, que hacía que diariamente llegase a casa tan agotado que no tenía fuerzas ni para masturbarme.
Llegué a casa, me puse un enema (por lo que pudiera ocurrir después) y me di una ducha. Le había comentado mi situación a la Señora Artemisa: Mis experiencias previas, mi falta de experiencias recientes y le sugerí que llevase la sesión a su gusto: quería redescubrir cosas pero prefería que me pillase por sorpresa y disfrutar de la expectativa antes incluso que de la propia sesión.
Cargué una mochila con artilugios variados de mi colección y me dirigí al lugar de encuentro. De camino empezó a diluviar. Llegué a su portal como pude, refugiándome por momentos en los escaparates de las tiendas del barrio: le escribí un WhatsApp y pasados un par de minutos que se me hicieron eternos, me contestó que subiese.
Entré en el edificio y subí en el ascensor, calado hasta los huesos. Al abrirse observé una puerta entreabierta al fondo del pasillo y con paso vacilante me dirigí hacia ella. Crucé el umbral, adentrándome en la oscuridad, y la Señora Artemisa me habló desde la penumbra. Llevaba el pelo amarrado en una coleta. Vestía una blusa y una falda de cuero que dejaba intuir el final de sus negras medias. No pude dejar de fijarme en sus botas de tacón negras, uno de mis fetiches.
Mejor que te quites eso de encima o te pondrás enfermo.-dijo sacándome de mi ensimismamiento.
Dicho y hecho me desnudé quedando en ropa interior. Tras una cordial charla me preguntó:
Y bueno? Qué has traído?
Comencé a sacar bolsas de mi mochila: prendas y accesorios de látex y cuero. Escogió un catsuit de látex y una máscara.
Póntelo -me dijo.
Me llevó un rato durante el cual observé por el rabillo del ojo como ella rebuscaba entre mis cosas. Al final cogió unos guantes de cuero y se los puso. Le quedaban divinos. Se giró y caminó hacia mi. Yo di un traspiés tropezando con el borde de cama.
Túmbate sumiso -me dijo empujándome hacia atrás haciendo que me cayese bruscamente quedando tumbado boca arriba.-¿Te gusta la asfixia? -preguntó sentándose inmediatamente sobre mi cara sin dejarme a penas tiempo para comprender la pregunta.
La Señora Artemisa jugaba a dejarme respirar poco a poco y volver a sentarse. Acompasar mi respiración hizo que me relajase y los nervios iniciales desaparecieses. La reacción fue instantánea. Sentir su peso sobre mi y el olor del cuero en mi nariz hizo despertar mis más puros instintos fetichistas. Mi polla empezó a creer encerrada dentro de mi catsuit de látex. Ella debió notar el bulto ya que empezó a darle golpecitos y apretones desde fuera.Hacía mucho que había perdido la noción del tiempo cuando se levantó y me soltó un escueto:
A 4 patas, sumiso.
Obedecí y pude ver por el rabillo del ojo como se iba hacia la otra esquina de la habitación, fuera de mi campo de visión. Mientras la escuchaba rebuscar por la habitación sin ver qué era lo que podría estar haciendo cerré los ojos pensando en lo que iba a pasar. Abrió la cremallera de mi catsuit dejándolo abierto desde los riñones hasta el ombligo. Sentí entonces cómo extendía algo frío por mi culo y me dejé hacer. Hacía años que nadie me usaba de esa forma pero el dolor testicular después de dos semanas sin correrme era continuo y necesitaba terminar de la manera que fuese. Algo duro, como un pequeño consolador empezó a colarse dentro de mi.
Después de un rato trabajando mi ano la Señora Artemisa me dijo:
Gírate y no dejes que esto se te caiga.
Abrí los ojos y me giré, no sin dificultad, quedando cara a cara contra un espejo por el que pude ver al fin la panorámica.
Se encontraba tras de mi: Seguía vestida igual que antes, pero en algún momento se había puesto una máscara de látex negro de mi colección que sólo dejaba ver su brillante mirada y sus labios perfectamente maquillado. La forma en que ocultaba el resto de sus facciones y sus gestos la hacía estar preciosa e intimidante a partes iguales.
Se agachó y con una mano agarró firmemente mi polla y con otra empezó a mover el consolador en mi culo. Comenzó a masturbarme lentamente. Yo estaba en la gloria, tratando de no correrme pero rozando el punto de no retorno donde ya no puedes evitarlo.
De golpe me espetó:
Sabes, sumiso, que así se ordeña a los toros? -Diciendo eso hundió de golpe el consolador hasta el fondo de mi culo quedándole una mano libre, mientras con la otra la masturbación se hizo mucho más violenta. Yo empecé a tener espasmos. Ella, colocó su mano libre para recoger todo mi semen.
Me corrí entre gemidos, sintiendo pinchazos en mis testículos tras tantos días sin descargar.
Cuando había soltado hasta mi última gota en su mano, sin mediar palabra, la dirigió hacia mi cara. El olor del semen y del cuero de los guantes me asqueaba y embriagaba a partes iguales, pero no tuvo que decir palabra. Saqué la lengua y empecé a lamer hasta dejarlos relucientes.
Gracias Señora Artemisa.
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